El Año 2000
Robert Abernathy
La mañana del Año Nuevo fue clara y fría. El Sol subió y brilló, y respondiendo a esta
insinuación de calor, la estación de calefacción urbana despertó con un rugido
ahogado. Unas corrientes tibias fluyeron a lo largo de las calles, fundiendo la escarcha
que dio al aire de la noche un saludable sabor invernal y unos niños corrieron con
trineos nuevos al parque profundamente helado, a patinar y a hacer hombres de nieve.
Joe Bloak abrió un ojo y en seguida el otro. Pensó confusamente pero sin
melancolía, que la fiesta de la noche anterior tuvo que ser en realidad notable.
No sólo se celebró la llegada de un nuevo año, sino también la de un nuevo siglo
y un nuevo milenio: ¡El año 2000!
(¿No insistió quejosamente un borracho que estaban apresurándose, que el
milenio comenzaba el 1 de enero del 2001? Las cornetas y las serpentinas
ahogaron sus protestas.)
La manta eléctrica cibernética detectó el humor de Joe, que oscilaba entre la
pereza y el deseo de actividad. Se desconectó de buena gana y anunció:
⎯¡Hora de levantarse, Joe!
⎯Bueno ⎯grunó Joe Bloak.
Acariciándose el pelo cortado al rape (que el peluquero automático instalado en
la cabecera de la cama le recortó y perfumó durante la noche), entró en la cabina
de rejuvenecimiento. Apretó el botón y se quedó inmóvil treinta segundos
mientras el analizador electrónico zumbaba quitándole todas las moléculas
gastadas y desvitalizadas y las reemplazaba minuciosamente con moléculas
nuevas extraídas desde su inagotable reserva.
Joe Bloak, ahora un hombre nuevo, entró en el cuarto del desayuno. En la
tostadora asomó una tostada, y la esbelta y atractiva señora Bloak alzó la
cabeza y saludó agradablemente:
⎯Buenos días, querido. ¿Quieres ver el periódico?
⎯Por supuesto ⎯gruñó Joe y se dejó caer en una silla que se le amoldó
rápidamente a la espalda.
Echó una ojeada a los titulares mientras la tostadora colocaba en la tostada la
cantidad exacta de mantequilla y la cafetera tocaba un mambo en sordina y le
llenaba la taza con un líquido aromático y