Constitución política Cuencana de 1820
(Decreto Legislativo Número 000. RA/ 1820 de 9 de Marzo de 1820)
Independencia de Cuenca
Albor revolucionario
Las primeras manifestaciones de que Cuenca hace el espíritu de independencia son
consecuencia del estudio, en unos, de la reflexión en otros, y del contagio de imitación
en los demás, si bien en todos acusa una ansia nobilísima de mejoramiento.
Trátase de un hecho inevitable, previsto por los mismos políticos y publicistas
peninsulares que con clarividencia estudian el problema, intrincado y complejo, que a
fines del siglo XVIII presenta España en relación con sus colonias de América.
En vano, los Monarcas tratan de impedir la circulación de libros en los que la flámula
(sic) revolucionaria ondea en cada página. En vano, inténtase reprimir con el argumento
estulto (sic) de la fuerza los primeros conatos disimulados, al principio; más francos,
después que estallan incontenibles.
Es no sólo el ejemplo dado por los hermanos mayores del continente; no solo la
propaganda tenaz realizada por hombres consagrados a un apostolado de verdad, como
el egregio Miranda; no sólo la expoliación ejercida por gobernantes despóticos y
autoridades subalternas que, infatuados de orgullo, buscan lucro donde debieran
ejercitar justicia o abril el ojo vigilante del buen administrador. Es todo eso; pero
también es que las ansias reprimidas estallan, que la esperanza se abre a sazón en la
conciencia de los americanos que por razón del tiempo y al influjo bienhechor de la
cultura, que tarda, pero llega, a todo pueblo, han amanecido, al fin, a la plena actividad
de los derechos a que está el hombre, que ciertamente, no es tal mientras no sea libre.
Los cuencanos, con altivez ingénita, nunca se sintieron bien con el más leve dogal. Ya
en 1739 aprovechan de la sangrienta circunstancia del motín en que pierde la vida Don
Juan Senierges para esgrimir improvisadas armas, atronando la ciudad con insistentes
gritos de abajo el mal gobierno. Temeridad inaudita,