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H. P. Lovecraft
EL ALQUIMISTA
Allá en lo alto, coronando la herbosa cima un montículo escarpado, de falda cubierta
por los árboles nudosos de la selva primordial, se levanta la vieja mansión de mis
antepasados. Durante siglos sus almenas han contemplado ceñudas el salvaje y accidentado
terreno circundante, sirviendo de hogar y fortaleza para la casa altanera cuyo honrado linaje
es más viejo aún que los muros cubiertos de musgo del castillo. Sus antiguos torreones,
castigados durante generaciones por las tormentas, demolidos por el lento pero implacable
paso del tiempo, formaban en la época feudal una de las más temidas y formidables fortalezas
de toda Francia. Desde las aspilleras de sus parapetos y desde sus escarpadas almenas,
muchos barones, condes y aun reyes han sido desafiados, sin que nunca resonara en sus
espaciosos salones el paso del invasor.
Pero todo ha cambiado desde aquellos gloriosos años. Una pobreza rayana en la
indigencia, unida a la altanería que impide aliviarla mediante el ejercicio del comercio, ha
negado a los vástagos del linaje la oportunidad de mantener sus posesiones en su primitivo
esplendor; y las derruidas piedras de los muros, la maleza que invade los patios, el foso seco
y polvoriento, así como las baldosas sueltas, las tablazones comidas de gusanos y los
deslucidos tapices del interior, todo narra un melancólico cuento de perdidas grandezas. Con
el paso de las edades, primero una, luego otra, las cuatro torres fueron derrumbándose, hasta
que tan sólo una sirvió de cobijo a los tristemente menguados descendientes de los otrora
poderosos señores del lugar.
Fue en una de las vasta y lóbregas estancias de esa torre que aún seguía en pie donde
yo, Antoine, el último de los desdichados y maldecidos condes de C., vine al mundo, hace
diecinueve años. Entre esos muros, y entre las oscuras y sombrías frondas, los salvajes
barrancos y las grutas de la ladera, pasaron los primeros años de mi atormentada vida. Nunca
conocí a mis progenitore