El caudillo de las manos rojas
(Tradición india)
Capítulo Primero
I
El sol ha desaparecido tras las cimas del Habwi, y la sombra de esta montaña envuelve con un velo de
crespón a la perla de las ciudades de Orisa, a la gentil Kattak, que duerme a sus pies, entre los
bosques de canela y sicomoros, semejante a una paloma que descansa sobre un nido de flores.
II
El día que muere y la noche que nace luchan un momento, mientras la azulada niebla del crepúsculo
tiende sus alas diáfanas sobre los valles robando el color y las formas a los objetos, que parecen
vacilar agitados por el soplo de un espíritu.
III
Los confusos rumores de la ciudad, que se evaporan temblando; los melancólicos suspiros de la noche,
que se dilatan de eco en eco repetidos por las aves; los mil ruidos misteriosos que, como un himno a la
divinidad, levanta la creación al nacer y al morir el astro que la vivifica, se unen al murmullo del
Jawkior, cuyas ondas besa la brisa de la tarde, produciendo un canto dulce, vago y perdido como las
últimas notas de la improvisación de una bayadera.
IV
La noche vence, el cielo se corona de estrellas y las torres de Kattak, para rivalizar con él, se ciñen
una diadema de antorchas. ¿Quién es ese caudillo que aparece al pie de sus muros al mismo tiempo
que la luna se levanta entre ligeras nubes más allá de los montes a cuyos pies corre el Ganges como
una inmensa serpiente azul con escamas de plata?
V
Él es. ¿Qué otro guerrero de cuantos vuelan como la saeta a los combates y a la muerte, tras el
estandarte de Schiven, meteoro de la gloria, puede adornar sus caballos con la roja cola del ave de los
dioses indios, colgar a su cuello la tortuga de oro o suspender su puñal de mango de ágata del amarillo
schal de cachemira, sino Pulo-Dheli, rajá de Dakka, rayo de las batallas y hermano de Tippot-Dheli,
magnifico rey de Orisa, señor de señores, sombra de dios e hijo de los astros luminosos.
VI
Es él, ningún otro sabe prestar a sus ojos, ya el melancólico fulgor de lucero de alba, ya el siniestro
brillo de la pupila del tig