ios nos ha dado sus leyes para
nuestro bien. Ellas nos reve-
lan las verdaderas normas de
Dios: cómo distinguir entre el
bien y el mal, entre lo bueno y lo erróneo,
entre lo que es provechoso y lo que es da-
ñino. Nos enseñan a hacer diferencia entre
lo santo y lo profano. Las leyes de Dios
también definen cómo nosotros debemos
ser santos, consagrados al servicio de nues-
tro Creador.
A medida que aplicamos las leyes de
Dios en nuestra vida, éstas nos ayudan a
adoptar una nueva forma de pensar: a pen-
sar más como Dios. También cambian
nuestra percepción. Por ejemplo, guardar el
sábado y demás fiestas bíblicas va cambian-
do la forma en que vemos y utilizamos el
tiempo. El principio del diezmo cambia
nuestra apreciación y uso de los recursos
económicos. Ylas leyes de Dios que nos di-
cen qué clases de carne son propias para el
consumo cambian nuestra forma de consi-
derar lo que comemos.
Dios espera que los maestros y dirigen-
tes religiosos enseñen a la gente a distinguir
entre lo que la Biblia define como compor-
tamiento bueno y comportamiento malo.
Por medio del profeta Ezequiel ordenó:
“Enseñarán a mi pueblo a hacer diferencia
entre lo santo y lo profano, y les enseñarán
a discernir entre lo limpio y lo no limpio”
(Ezequiel 44:23).
Si bien algunas de las leyes de Dios pue-
den parecer extrañas a nuestro modo de ver,
y no captamos de inmediato su verdadero
propósito, la verdad es que nos ayudan a evi-
tar muchos males físicos, morales y espiri-
tuales. La Palabra de Dios nos da un marco
para una vida saludable en los aspectos físi-
co, moral y espiritual. Dios nos ha dado sus
principios de salud, limpieza y santidad para
nuestro bien a largo plazo, tanto en esta vida
como en la venidera (1 Timoteo 4:8).
Uno de los propósitos de nuestra existen-
cia es que aprendamos a basar nuestra vida
en las palabras de Dios (Mateo 4:4; Lucas
4:4; Deuteronomio 8:3). La Palabra de Dios
—la Biblia— abarca todos los aspectos de
la vida, incluso lo que comemos. Muchos
no saben que Dios ha hecho distinciones en-
tre lo que debem