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El espejismo del Che
y la atracción del marxismo
Por Mauricio Rojas
Año V Número 78
6 de noviembre de 2007
El marxismo que me “robó el alma” cuando yo era muy
joven me dio –al menos así lo creía entonces– una
comprensión total de la historia y un rol sublime en una
gesta épica de proporciones grandiosas. ¿Cómo negarse
entonces a ser un actor de ese capítulo extraordinario de
la historia de la humanidad? ¿Cómo perderse esa fiesta de
liberación de nuestra especie de todos aquellos males que
siempre la habían aquejado? ¿Cómo no ser santo,
misionero y mártir de una causa tan bella por la cual, sin
duda, valía la pena dar la vida propia y también la de muchos
otros? O, para usar nuevamente las palabras de Che
Guevara en su Mensaje a la Tricontinental, “que importan
los peligros o sacrificio de un hombre o de un pueblo,
cuando está en juego el destino de la humanidad”. Y es
justamente allí donde se enturbian definitivamente las
aguas cristalinas de la utopía, donde la bondad extrema del
fin se puede convertir en la maldad extrema de los medios,
donde la supuesta salvación de la humanidad puede hacerse
al precio de sacrificar la vida de incontables seres humanos.
Es justamente en ese intersticio siniestro donde puede
surgir aquella “maquina de matar” en que Guevara nos
insta a convertirnos para realizar el sueño del hombre
nuevo. Esto fue lo que entendí un día, pero lo entendí no
como un problema de otros o de una categoría especial de
seres singularmente malos, sino como un problema mío y
de los seres humanos en general. Y me asusté de mí mismo
y me fui a refugiar en el pedestre liberalismo que nos invita
a la libertad pero no a la liberación, que defiende los
derechos del individuo contra la coacción de los colectivos,
que no nos ofrece el paraíso en la tierra sino una tierra un
poco mejor, que no nos libera de nuestra responsabilidad
moral sino que nos la impone, cada día y en cada elección
que hacemos.
Mauricio Rojas nació en Santiago de Chile en 1950 y reside en
Suecia desde 1974. Es Miembro del